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jueves, 2 de octubre de 2014

CUCARACHAS

Miro el reloj; son las doce y veinte de la noche.
 Hace mucho calor en esta esquina. Cerca de mi hay una cucaracha muerta y me pregunto por qué las cucarachas mueren boca arriba.
Vuelvo a mirar la hora; las doce y veinticinco. Llega tarde, como siempre. Le veo venir por Gran Vía; vestido de negro, las manos en los bolsillos y el rictus serio. A veces daría dinero por saber en qué piensa, pero he visto lo que puede llegar a pasar si alguien intenta saber más de la cuenta, y puedo asegurar que no es agradable.
Pasa a mi altura y con un leve gesto de cabeza me indica que le siga. Lleva unas gafas de sol que me impiden ver sus ojos, y casi es mejor.
Voy andando a escasos dos metros tras él; es al menos una cabeza más alto que yo y ancho de espaldas. Camina seguro de si mismo sabiendo que es el mejor en lo suyo.
Cruza por el medio de la carretera casi sin mirar y los conductores, como si supiesen quien es, frenan sin tocar el claxon. A duras penas  puedo seguirle. Gira por calle Montera y aprieta un poco más el paso, parece que quisiera perderme y yo casi tengo que correr para no perder la distancia. Una prostituta intenta acercarse a él sonriendo, pero que queda inmóvil a mitad de camino; la miro y en su rostro de dibuja un mezcla de asombro y terror.
Miro el reloj; son las doce y treinta y seis.
Entra por la calle Jardines y yo detrás. Sé que hay una cámara en la esquina, pero no importa, si esto sale bien tengo un avión y un buen montón de billetes esperándome para llevarme donde quiera. Y si sale mal… bueno; no viviré para contarlo.
Baja el ritmo de su andar y dejo que se aleje unos paso más; saco mi arma, un cuchillo “col Mochín”. Se detiene y me enfrenta; despacio se quita las gafas y compruebo que lo que cuentan es cierto. Sus ojos son negros, completamente negros, incluso la esclerótica es negra. Vislumbro una especie de sonrisa en su rostro, pero no podría afirmarlo.
Debo actuar rápido si no estoy perdido. Levanto el cuchillo y apuntando al corazón le apuñalo una, dos, tres veces.


Me duele el pecho; veo como me brota la sangre de él a cada latido. Me faltan las fuerzas. Le miro y lo que veo es mi ropa, mi cuerpo, mi cara… y sus ojos; esos ojos completamente negros.
Caigo de bruces pegando con mi cara sobre el asfalto.
Recoge las gafas del suelo, se las pone y continúa su camino.
Con las escasas fuerzas que me quedan consigo darme la vuelta, miro al cielo y entiendo por que las cucarachas mueren boca arriba.

Ellas y yo queremos morir mirando las estrellas, pero desde aquí no se ve ninguna.

domingo, 20 de julio de 2014

DIEZ LÁGRIMAS

Imagen robada de Google



Lágrimas que brotan al mirar al sol.
Lágrimas.
Lágrimas de dolor, de cobardía,
de impotencia, mas nunca de alegría.
Lágrimas; que son tuyas; que son mías.
Nuestras lágrimas.
Son solo eso:
lágrimas.
A solas cuando nadie me ve; cuando todos se han ido,
dejo escapar mis lágrimas.
Y mis lágrimas buscan tus lágrimas.
A solas cuando nadie me ve y mis lágrimas se han ido…
Intento llorar y no lo consigo
pues son tuyas y son mías.
Son nuestras lágrimas.
Y son solo eso:
lágrimas.

jueves, 10 de abril de 2014

UNA CARTA QUE JAMÁS SERÁ LEIDA

Imagen robada de Google (hasta que la quiten)

Escribo estas letras con desidia, mientras una mariposa posiblemente bata sus alas en medio de ninguna parte, y a mí ni siquiera me importe.
Quizás, en este momento, tú mente recuerde parte de lo que algún día fui; quizá mientras lloras; o tal vez mientras rías. 
Tal vez recuerdes que ya no existe ese nuestro que tantas veces pronunciamos y que termino siendo solamente un tuyo, o un mío.
Nunca leerás esta carta, pues antes de ser terminada acabará en el cajón del olvido, arrugada y descolorida, para siempre; donde descansan otras más.
Mientras el sol brilla en la calle calentando el mundo; yo, en el abrigo del frío de la soledad sigo escribiendo; con desidia.
Escribiendo estas letras con la ayuda de una copa de olvido con sabor a vino y que me recuerda al sabor de tus besos; dulces y etílicos.
Mañana, cuando el gallo me cante que es hora de despertar  y con la ayuda del dios Baco, pasare unas horas sin acordarme de ti, ni de tu nombre, ni de tu sonrisa que ahora recordar me hace daño. Y seguiré sin recordarte hasta que alguien que no me recuerde a ti me haga recordarte, y me lance en brazos de alguna mujer que me preste su cuerpo a cambio de unas cuantas monedas, y busque en el fondo de su mirada vacía la sombra de tu alma.
El reloj sigue su curso como de desojar una margarita se tratase; hora te quiero, hora no.
Mi mundo giraba alrededor del satélite de tu amor y como una nova que hace implosión dentro de mi alma desgarrando todos mis deseos de seguir siguiendo.
Todo acabo; el amor dio paso al odio, y de ahí, nuevamente al amor. Ya no sé si te amo o te odio, solo sé que sufro, y el sufrimiento se vuelve desesperanza, y la desesperanza odio, y odio desesperarme y me desespera odiarte tanto como te amo.
Mientras aquella mariposa bata sus alas en medio de ninguna parte y a mí no me importe, seguiré escribiendo, con desidia, letras que a causa de las lágrimas de mis ojos se convertirán en frías sombras de lo que un día intento ser una carta de amor.
 
  

lunes, 24 de marzo de 2014

AMADA

Imagen robada de Google


Me encuentro recluido en una de las habitaciones del piso inferior de la casa; los golpes cada vez son más fuertes, y no sé cuanto tiempo más aguantara la puerta. Escribo estas letras en los últimos minutos que me restan de vida a modo de expiación para mi alma. Espero que Dios sepa perdonarme.

Me encontraba frente a mi escritorio intentando escribir el último verso, del que sería a la postre mi último soneto. Sobre la mesa, encendida se encontraba una bujía, pues pasaban unos minutos de la medianoche. Desprendía un haz de luz circular que me permitía realizar mi trabajo sin forzar en demasía la vista.
Mi mente se encontraba trabada en busca de aquella palabra perfecta que hiciese rimar el primer verso de la última estrofa con el segundo verso del primer terceto, cuando una gélida brisa recorrió mi cuerpo e hizo bailar la llama de la lámpara alargando y estrechando las sombras de los objetos que en la habitación se hallaban. Me levanté de la poltrona en la que me encontraba sentado y dirigí mis pasos hacía la pared del fondo para cerciorarme que la ventana estaba cerrada y atrancada.
Era una fría noche de mediados de enero, el viento agitaba cruelmente las ramas de los árboles, tras los cuales pude discernir el blanco grisáceo de una gran luna llena.
De repente, comencé a escuchar el crujir de las tablas del suelo de madera del pasillo. Parecían pisadas, cosa que me resultó extraño, ya que el ama de llaves aquella noche la tenía libre y no debería llegar hasta la mañana siguiente.
Abrí la puerta con cautela y con miedo, y asomé la cabeza por la pequeña ranura que fui capaz de abrir y pronuncié en voz baja y aguda un: – ¿Hay alguien ahí? –con temor a que mis palabras fuesen escuchadas, pero nadie contestó; el silencio que moraba en la casa era absoluto y la oscuridad envolvía el pasillo y un helado olor nauseabundo recorría la galería de parte a parte. Desande mis pasos y recogí la lámpara y un pañuelo para taparme nariz y boca, y haciendo acopio de toda la valentía que pude reunir salí sin dilación al pasillo.
El hedor traspasaba la tela con la cual tapaba mi cara y se incrustaba dentro de la garganta haciéndome toser.
Lo que descubrí después bien lo hubo descrito unos años antes H. P. Lovecraf en aquella frase que decía: “Hay horrores que son más que horrendos”, pues lo que vi me hizo helar la piel, y un sudor frío recorrió mi frente.
Frente a mí, al pie de la escalera, se encontraba Leonora. Sus azules ojos me escudriñaban amenazantes, su pálida piel parecía reflejar la suave luz de la luna y su largo pelo negro y enmarañado caía sobre sus hombros.
Comenzó a acercase a mí. Escuchaba el sonido de su arrítmica respiración acercándose a mí. Quedé paralizado a causa del terror, y sus finas y frías manos rodearon mi cuello con una fuerza sobrehumana. Yo, a mi vez, agarré su suave cuello con las mías. De su garganta escapaba algún que otro sonido gutural, mas su fuerza no medraba en absoluto. Intenté inútilmente coger aire, pero el estrangulamiento impedía a mis pulmones llenarse de aire. Noté que las fuerzas comenzaban a abandonarme, la visión se me nublaba, lagrimeaban me los ojos y comencé a perder la fuerza de mi presa. Entonces escuche aquella voz que tantas veces pronuncio las palabras “te quiero” refiriéndose a mí, pero esta vez algo más ronca y repitiendo una sola palabra –asesino -.
No logro comprender cómo lo hice, pero conseguí zafarme de sus brazos, corrí hasta la estancia más próxima y cerré la puerta tras de mí.

Como ya he comentado, me encuentro escribiendo el fin de mi existencia; ella se encuentra fuera golpeando la puerta y sé que la puerta terminara cediendo a sus embates, y esta vez no podré escapar de su ira.
Ese cuerpo sin vida viene a por mí. Su alma bajará al infierno y no lo hará sola. Ella va a matarme a mí, como yo la maté a ella. 

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