Esta entrada es un capítulo (por llamarlo de algún modo) de algo en lo que estoy trabajando hace un tiempo, pero que tengo aparcado.
Debo deciros que es bastante fuerte; si padecéis del corazón o sois muy puritanos mejor no leerlo.
Ya me diréis si debo continuar o dejarlo.
Un saludo.
Domingo 9 de febrero de 2011
Llamé a una antigua conocida que hacía mucho tiempo que no veía para ir al cine.
No le llamé porque me apeteciera salir con ella, si no que quería que fuese la siguiente, iba a pagar haberse reído de mí.
Después de salir del cine nos fuimos a cenar; me dijo que se lo estaba pasando muy bien. –¡Mejor me lo pasé yo!–
Fuimos a mi casa; ella tenía muchas ganas de hacer el amor. Yo quería matarla.
Comenzamos a besarnos; ella se puso encima de mí y empezó a moverse como si la estuviese penetrando, me puse muy cachondo.
La mandé que fuese a la habitación y me esperase allí; cuando llegué estaba en estado de shock. Se encontró con la cabeza de la niña clavada en el cabecero de la cama.
Cogí el bate que estaba al lado de la puerta; me puse detrás de ella y la comenté lo bonita que iba a quedar su cabeza al otro lado.
La golpeé en las piernas y cayó de rodillas; quedó a la altura justa para darla un rodillazo en la mandíbula y se desplomó en el suelo.
Agarré el cuchillo y corté toda su ropa. Siempre me habían gustado sus tetas, eran impresionantes.
Me quité la ropa, puse mi pene entre sus pechos y me masturbé con ellos. Eyaculé manchándola el rostro; lamí su cara y me tragué mi propio esperma.
Me levanté y encendí un cigarro mientras me recuperaba. Al dar una calada y verle resplandecer se me ocurrió una idea.
Me senté al lado de ella y comencé a quemarla con el cigarro, tuve que encenderlo hasta en cinco ocasiones, le quemé los brazos, las piernas, el estómago, incluso la cara; eso me volvió a excitar.
La tenía más dura que nunca, e intenté metérsela en la boca, pero me rozaba con los dientes al tener la mandíbula rota; metí tres dedos en su boca para abrírsela más, pero hice demasiada fuerza y la mandíbula se descolgó completamente.
Se retorcía de dolor en el suelo. El miembro se me puso flácido, pues mi idea de follarme su boca se truncó.
Cogí el cuchillo y la rajé la boca para ver hasta donde se le abría. Me fijé en sus pechos, ¡qué bonitos eran!
Me acerqué a ellos cuchillo en mano y despacio, muy despacio, empecé a cortárselos. ¡Los quería para mi, siempre los había querido para mí! Y ella nunca me dejó tocarlos. Y se burlaba; ahora por fin eran míos.
Una vez fuera del cuerpo no me parecieron tan bonitos, más bien me daban asco.
Los tiré en el cubo; ya no los quería, no me servían para nada.
Me entraron ganas de jugar a los médicos con su cuerpo; ella se retorcía y tuve que subirla a la cama y atarla para poder operar.
Le abrí el estómago con el cuchillo y empecé a sacar y a cortar órganos del interior.
-¿Sabes qué el intestino delgado le media casi seis metros?-