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domingo, 29 de enero de 2012

LA MANO DEL MUERTO.

Imagen sacada de google

Cuenta la leyenda que una calurosa noche de 1876, James Butler Hickock, más conocido como “Wild Bill”, jugaba al póquer en un bar de Deadwood, cuando un pistolero conocido como Jack «nariz torcida» McCall, se situó tras él y le disparó en la nuca. Wild Bill cayó silenciosamente al suelo sin soltar sus cartas. Se dice que en sus manos frías se encontraba una doble pareja de Ases, ochos.
Desde entonces a esa jugada se le conoce cono la mano del muerto.

No hay nadie en el andén del metro; solo estamos ella y yo; el frio que hace en la calle no anima a salir de casa; solo unos pocos se atreven a hacerlo y yo lo hice por que iba mi vida en ello.
Me llamo Richard, y voy a relatar como he acabado aquí.

Hace un par de meses, mientras trabajaba, encontré por internet  un grupo de personas que jugaban a un juego. Era una especie de póker, pero donde las cartas eran los propios jugadores.
Poco a poco fui entrando en ese mundo, y poco a poco solo vivía para jugar; al principio solo jugábamos desde casa, pero cada vez queríamos más y más.
Un día el administrador se le ocurrió la idea de pasar de jugar en casa a hacerlo en la vida real. Yo por supuesto acepté de muy buen agrado y fui de los primeros en apuntarme a este nuevo reto.
Las semanas pasaban y el juego cada vez se iba poniendo más difícil, al principio las cartas eran personas que no conocíamos, gente de la calle que elegíamos al azar. El administrador se encargaba de darles un valor a cada uno. Después, para hacerlo más interesante, las cartas pasaron a ser nuestros familiares y seres queridos, cuanto más querida era la persona, más alto era el valor de su carta. Mujeres e hijos ases, Padres y madres reyes, etc…  al final terminamos nosotros mismos formando parte de la baraja y el juego realmente comenzó a complicarse.
Yo era el que más fichas llevaba y me encontraba jugando, lo que podríamos llamar, en la última mesa.
No me importaba nada ni nadie, solo quería ganar, pero no era el único y siempre hay alguien mejor que tú.
En el andén del metro no hay nadie; solo ella, yo... ella tumbada en un charco de sangre, no se mueve; era el  As de diamantes. Yo, con una pistola en mi cabeza, siento el frio del cañón en mi nuca; sé que he perdido esta mano y la partida. Sé que este es mi fin. Yo era el ocho de picas.
   

2 comentarios:

  1. ¡Menuda partida! Al final no la puede ganar...

    Besitos

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  2. Uy, cuando quieres ser sangrianto vaya que lo eres...
    Después de semejante relato, solo te diré que no jugaré más al poker y que ni en sueños me cruzo por el andén :(
    Besitos

    ResponderEliminar

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