Dibujo realizado por Raúl A Q
Hoy
estoy triste; ando por el barrio; las calles están completamente vacías, aunque
tengo que ir esquivando gente. Ando perdido entre el laberinto de calles sin
tener donde ir; busco algo, quizá la busque a ella. Paseo por nuestro parque y
me siento en el banco donde nos dimos nuestro primer beso; solo queda un litro
de cerveza roto en el suelo y varias colillas ¡Todo parece tan lejano! Pero
sigo oliendo su colonia, aquella que le regalé en nuestro primer aniversario.
Yo tenía quince años y ella, catorce.
Veo el escaparate de la joyería donde
mirábamos nuestras alianzas. Cuando encontrásemos trabajo nos las compraríamos
para que todos supieran que estábamos prometidos. Era un pensamiento anticuado,
pero a nosotros nos gustaba. En el escaparate en lugar de nuestras alianzas
ahora hay un reloj de titanio, quizás otra pareja las compró, espero que sean
muy felices en su matrimonio.
Sigo andando y llego a la puerta de su
portal, donde nos despedíamos cada noche, yo no me quería ir y ella no quería
que me fuera. Nos besábamos como si fuese el último día que nos veíamos. ¡Dios,
cómo echo de menos sus besos! Su madre bajaba la basura y siempre nos veía
abrazados; la mujer nos regañaba, pero en su cara se veía una sonrisa cómplice.
A la madre le caía bien, pero su padre no me
podía ni ver. La verdad es que de niño no era lo que se puede decir un buen
chico y muchas de mis trastadas iban contra el coche del pobre hombre, ¡no sé
cuantas ruedas tuvo que cambiar por mi culpa!
Paso por su instituto, donde la esperaba a
que saliese para dar una vuelta y comprarnos un bollo en la panadería de
enfrente del parque; ahora es una tienda de chinos. Veo a un chaval esperando a
su chica y sonrío. Los tiempos han cambiado, pero no tanto.
Paso por la calle donde tuvimos el accidente
con la moto. Yo me rompí un brazo, por suerte ella solo se hizo un par de
arañazos. Su padre se enteró y no me dejaba verla. Mis amigos me decían que no
era para tanto, que con dieciocho años no podía estar tan mal por una chica.
¡¿Ellos qué sabrían del amor?! Sí, todavía era joven, pero mi amor por ella era
tan fuerte como el de cualquiera.
Entro en lo que antes era el bar del Charly,
ahora es una especie de pub irlandés, pido una cerveza y me da cincuenta a
elegir; pido una que este muy fría, el camarero me mira con cara rara, me pone
la cerveza y se va.
Miro al fondo del bar donde antes estaba la
mesa donde nos sentábamos; ahora hay una maquina de dardos electrónica.
Recuerdo
aquel día en que la vi con otro chico en nuestra misma mesa. Sin dejarle
explicarse le abrí la cabeza con un vaso y le rompí dos costillas a patadas,
mientras ella me gritaba que no le pegase más, que no tenía nada que ver con
ella. Resultó que el chaval era el novio de una de sus amigas. Ella me dijo que
estaba loco y que no me quería volver a ver. ¡Como me dolieron sus palabras!
Recuerdo cuando le pedí perdón por pegar a
su amigo y le roge que volviese conmigo.
Pienso en aquel día en que se enfrentó a su
padre, diciéndole que estaba completamente enamorada de mí y que se escaparía
de casa si no podía estar conmigo. Su padre accedió de mala gana aunque sabía
que había cambiado y que estaba trabajando.
Paso por la tienda de ropa donde empezó a
trabajar, vendiendo ropa para mujeres mayores. Pronto se hizo con toda la
clientela y todas las mujeres la pedían sus consejos para comprarse las
prendas. Siempre atendía con su preciosa sonrisa en la cara. Recuerdo que algunas mujeres me decían
que si no fuese porque estaba saliendo conmigo se la presentarían a sus hijos o
a sus nietos; a mí, lejos de molestarme, me gustaba escucharlo pues me
demostraba la chica tan maravillosa que tenía.
Me detengo en el mismo lugar donde nos
paramos para darnos todos los besos y abrazos que me harían falta cuando
estuviese en Melilla cumpliendo el servicio militar. Recuerdo que
lloraba como si no me fuese a ver más.
Paso por los edificios donde queríamos
comprar nuestra casa, con jardín y piscina. ¡Cuántas veces pensábamos en los muebles del
salón y de la cocina!
Recuerdo el brillo de sus ojos y su risa
cuasi histérica, cómo me abrazaba y los besos que me daba cuando le dije que
nos habían concedido el crédito. Yo era feliz viéndola feliz.
Alguien me saluda pero ni siquiera le veo;
sigo pensando en ella y en sus ojos, en esa mirada que era capaz de derretir el
hielo con tan solo proponérselo.
Entro en la floristería donde le compraba
rosas cuando se enfadaba conmigo. Me gustaba la fingida cara de enfadada que
ponía cuando le pedía perdón de rodillas y con la rosa en la mano. Todavía recuerdo cómo me abrazaba
y me llamaba “tonto” con una sonrisa.
Compro un ramo de flores y salgo de la
tienda. Es de los pocos sitios que todavía siguen teniendo los mismos dueños.
Llego a la puerta del cementerio; saludo a Pablo y hablamos un rato de cosas
triviales. Estudiamos juntos y nunca se metía en problemas; no se llevaba mal
con nadie y siempre estaba dispuesto a ayudar.
Recuerdo aquel fatídico día que me llamaron
del hospital diciéndome que había sufrido un accidente y que estaba en coma. La
veo con todos esos tubos clavados en su pequeño cuerpecito y esa maldita
maquina con su cansino “bip, bip”.
Llego a su tumba y allí está Rafa, su padre.
Nos fundimos en un abrazo y nos echamos a llorar. Limpiamos la lápida y
colocamos las flores sobre ella.
Hoy es su cumpleaños; hoy cumpliría los
treinta. Hoy, después de cinco años, aun la sigo amando.
pucha, loco ¿me querés hacer llorar?
ResponderEliminarcarallo que parece un relato real, ssshhh, si lo es no lo digas,
¡¡es muy bueno!!!
te mando un gran abrazo desde la Costa de Oro con tan solo 10º de temperatura bbbrrrr
Sí que parece real, quiero pensar que no lo es.
ResponderEliminar¡Cómo me lo estaba imaginando! que este paseo no llevaba a ningún sitio bueno. Y vaya así es.
ResponderEliminarDe todas maneras me ha gustado mucho, de lo mejor que te he leído y hay mucho bueno.
Besitos