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sábado, 22 de octubre de 2011

TRAS UNA MENTE TRASTORNADA.

Imagen sacada de google


El efecto de la inyección se va pasando, vuelvo a escuchar esa maldita voz, pero intento no hacerle caso. Miro a mi alrededor; sigo encerrado en esta sucia habitación; un pequeño rayo de luz se filtra entre las rejas de la ventana. Me gustaría poder asomarme por ella y ver el mundo exterior, pero está demasiado alta para poder mirar.
 Estoy sentado en el viejo catre; intento que la voz no sepa dónde estoy; me acurruco abrazando mis propias rodillas; no puedo dejar de pensar que todo está perdido; veo que una mancha en la pared (esa pared que una vez fue blanca) se va moviendo, volviéndose en una forma espectral no consigo distinguir qué es; seguramente sean producto de mi imaginación enajenada, ¡pero parece tan real! Me tapo la cara con las manos para que no me vea; la voz se ríe de mí. Tengo miedo, me balanceo y sigo sin mirar, quiero desaparecer y enrollo mi cuerpo cada vez más. Oigo la mancha que se va acercando; la oigo reptar por la pared, buscándome. Si dejo de respirar no podrá saber dónde estoy, pero la voz le grita que me encuentro en la esquina de la cama, que venga a por mí, que me mate, que me haga sufrir tanto como yo hice sufrir a aquella pobre niña; pero no fue mi culpa fue la maldita voz la que me obligó.
Miro a la mancha entre los dedos abiertos, pero sin quitarme las manos de la cara, y descubro que me está observando, se está riendo de mí o solo lo imagino. Yo me reía así cuando la di caza, escondida entre los muebles de su pequeña habitación, agazapada, con los ojos envueltos en lágrimas y suplicándome que no le hiciese daño.
La voz y yo nos reíamos mientras hacíamos sangrar su cuerpecito con aquella cuchilla afilada. La niña chillaba de dolor, yo odiaba oír sus gritos, pero la voz me decía que continuase, ¡tenía una voz tan dulce! Oigo en mi interior que la única forma de escapar es haciendo un agujero en la pared y comienzo a pegarme cabezazos contra ella, es la forma más rápida de abrir el hueco para escapar, pero la pared no cede; me duele la cabeza, la voz se ríe, los ojos se me nublan, la pared se está tiñendo de rojo; quizá esté consiguiendo romperla. Golpeo más fuerte, más fuete y caigo al suelo.
Estoy mareado, la mancha comienza a reptar por el suelo; me tiene atrapado. Estoy aturdido; entre una especie de neblina oigo abrirse la puerta; puede que esté salvado. Es el celador, pero no es el celador de siempre, es… la mancha que se ha materializado. Intento huir de ella y corro por toda la habitación, me subo por la cama; me oigo chillar como una niña, como aquella niña a la que yo maté después de torturarla durante un día entero, hasta que se quedó sin voz de tanto gritar, hasta que la voz decidió dejarlo; ya no era divertido si no podía escuchar su preciosa vocecita. Noto una descarga que recorre todo mi cuerpo y caigo al suelo, temblando. Noto cómo una aguja se clava en mi brazo; intento moverme, pero no lo consigo; noto que mi corazón se va calmando poco a poco.
Ahora sí está el celador de siempre a mi lado, sé que él me defenderá de la sombra y de la voz. Intento mirar a mi alrededor en su busca, aunque la cabeza me da vueltas y tengo la vista nublada, pero sé que la mancha no está. Siempre que mi celador aparece ella, huye aterrorizada. Me tumba en el catre y se queda a mi lado hasta que me duermo.
He sobrevivido otro día, aunque la voz sigue aquí, en mi cerebro, llamándola, pero también está cansada y se va silenciando hasta que me sumerjo en un profundo sueño donde me veo con la niña; veo sus grandes ojos verdes mirándome y su cara de terror, las lágrimas recorriendo su cara mientras ato sus manitas a la espalda. Incluso puedo volver a oír el ruido que hacían sus huesos al romperse.
No me gusta tener este sueño una y otra vez. Maté a la pobre niña por culpa de la voz; en momentos sé que fui yo solo el que la mató, sin ninguna ayuda. A veces tengo momentos de lucidez en los que sé que estoy loco.

***
Despierto; odio a todo el mundo y tengo unas ganas tremendas de matar a alguien. Tirado en la cama siento la ansiedad de hacer daño; quiero hacer daño y no me importa a quien. Entre estas cuatro paredes tengo poco que hacer, solamente pensar en formas de matar. Oigo una voz en mi interior, es una voz cobarde, que solloza, una voz mezquina. Me golpeo en la cabeza con los puños. Quiero sacarla de mi cabeza y acabar con ella, me gustaría destrozarla a golpes como al maldito celador que me pone la camisa de fuerza. Dice que es por mi bien, para que no me haga daño; qué le importará a él lo que yo me haga a mí mismo, si a mí me gusta infligirme dolor; así sé que estoy vivo.
Me dijo el doctor que la próxima vez que me hiciese daño me llevarían a una habitación acolchada y me doy cuenta que es donde me encuentro en este instante; aquí no hay ventana por la que pase el rayo de luz, la luz es artificial, una potente luz blanca que me ciega los ojos cuando la miro, incluso llega a doler y la observo fijamente hasta que me lloran los ojos. Pego puñetazos en las paredes, pero ni siquiera me hago sangre en los nudillos. Recuerdo cómo sangraba la niña y cómo chillaba. La voz me decía entre lloros que parase, que no la hiciese daño, pero no la hacía caso. Yo soy más fuerte que ella. Estuve más de doce horas torturándola; no pensaba que un cuerpecito tan pequeño pudiese aguantar tanto sufrimiento. A veces tengo momentos de lucidez y me arrepiento de lo que hice.
Tengo un plan preparado para atacar al celador; es más fuerte que yo, pero le cogeré por sorpresa. La maldita voz me dice que no lo haga, que él es bueno, que nos cuida, pero yo sé que después se ríe de mí, como se reía la niña cuando iba a verla al colegio. Me señala con su dedito y se lo decía a sus amigas, después lloraba y yo me reía.
Siento rabia, estoy nervioso, quiero salir de esta maldita habitación acolchada. Comienzo a dar vueltas golpeándome contra las paredes cada vez más rápido, cada vez más fuerte, hasta que caigo rendido y mareado y comienzo a gritar. Miro la luz que parece más fuerte aún.
Me duele la cabeza. La maldita voz parece que está cantando una nana. La misma nana que le cantaba a la niña mientras yo desangraba su cuerpo y la hacía gritar de dolor. No sé cuánto tiempo llevo metido aquí. Quizá lleve días o tan solo unos minutos, pero tengo que salir ya, necesito matar a alguien.
Oigo la puerta y me hago el dormido. El celador se acerca para comprobar mi estado y en ese momento aprovecho para lanzarme a él. Le intento agarrar del cuello, pero es más alto que yo y me cuelgo de él. La voz grita que le deje, que no le haga daño.
El celador intenta hacer que me suelte, pero le muerdo una oreja, oigo pisadas detrás de mí, noto un fuerte golpe en mi espalda y caigo al suelo. Veo que hay dos celadores, uno me agarra mientras que el otro saca una jeringuilla y me la inyecta en el brazo. Todo se nubla y pierdo el sentido.

***

Despierto en la consulta del doctor; está mirando mi historial, lo sé porque he visto mi nombre en la portada de la carpeta. Con sus gafas puestas en la punta de la nariz va pasando hojas y asintiendo con la cabeza. Veo la mancha que está detrás de él, mirándome. Intento moverme, pero estoy atado a la silla con unas cadenas. La mancha sube por encima de su cabeza y oigo la voz riéndose y diciéndome que es mi fin.
Me balanceo en la silla, tengo miedo y al final me caigo de espaldas; tumbado de espaldas, veo el techo; la mancha ha reptado hasta ponerse justamente encima de mí, parece que va a saltar sobre mí, pero en ese momento veo la cara del celador y comienzo a calmarme.
El doctor dice al celador que me suelte que no soy peligroso. Me mira a los ojos; tiene unos ojos despiertos; parece una persona inteligente y comienza hablarme, pero no presto atención. Miro la sala, es un cuarto bonito, con una gran ventana desde la que podría asomarme a la calle si fuese la de mi habitación; tiene una gran mesa de roble con los papeles colocados al lado derecho; en el lado izquierdo tiene una foto de su familia, tiene un niño pequeño muy guapo con el pelo rubio; se parece a su madre. En el centro tiene un pequeño cachivache con caramelos y un bote lleno de bolígrafos y abrecartas. El doctor llama mi atención; me dice que preste atención, que me está hablando; ve que estoy mirando a los caramelos y sonríe. Se levanta y sale de la habitación dejándome solo. Agarro mi historial y leo mi enfermedad:” bipolaridad psicópata con manía persecutoria”. Escrito a mano; al lado pone: “caso poco común”. Oigo la puerta abrirse y dejo los papeles en su sitio. El doctor se vuelve a sentar en su silla  y me mira mientras yo vuelvo a mirar los caramelos. Oigo que me dice que puedo coger uno. Me levanto, estiro la mano para coger un caramelo, pero cojo un abrecartas y la voz llora diciendo que por favor no lo haga.
Veo enfrente de mí la cara de la niña. Riéndose.  

7 comentarios:

  1. Y lo mismo hay alguien que se lo lee entero.

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  2. YO, YO y YOOOOOO!!! y valió la pena leerlo.Atrapa.
    Guauuuuu, o pasaste tiempo en el manicomio o tienes una mente a base de todo :(
    Que fuerte...
    Sinceramente, te prefiero de amigo Raul ;)

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  3. Yo tambien lo he leido entero, me ha gustado , porque te mantiene en tension esperando el que vendrá... Y llega.
    Buenas historias haces , un gusto leerte, aunque sangrienta y desconcertante, pero entretiene mucho, aunque te leo con mucho nerviosismo jeje
    Besitos de Arte

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  4. Ahora llego con poco tiempo pero lo leeré.
    Vengo a informarte de que ya ha sido publicada la entrevista ^^ Muchas gracias por contestar en tan poquitas horas, y por tu amabilidad.
    Un beso!

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  5. Respirando, no he estado nunca en un manicomio, pero ya sabes lo que dicen: Ni son todos lo que son, ni son todos los que están.
    Un abrazo princesa.

    Arte, no te pongas nerviosa que de la pantalla no sale jeje
    Un besazo.

    Gracias a ti por concederme esa entrevista, me pasé bien contestando a las preguntas
    Un besazo, mi niña.

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  6. Pues lo he leído entero, qué lo sepas, a ver quién la guapa que se lo deja a mitad con lo interesante que estaba.

    Besitos

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  7. Elysa ya sabia yo que tú te lo leerías, nunca me fallas.
    Un besazo.

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