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martes, 27 de septiembre de 2011

CUARTO DÍA.

Es una tarde gris y fría. Desde la ventana de mi habitación veo el parque infantil. El sol escondido tras las nubes desaparece poco a poco tras el edificio de enfrente dando paso a la oscuridad.
Llevo tres días sin dormir; no puedo conciliar el sueño. Dormir es soñar y soñar supone tener pesadillas. Esa pesadilla tan real que incluso cuando despierto tengo marcas.
Tomo el sexto café, o es el séptimo, no lo sé, tampoco importa; el caso es mantenerme despierto.
Doy vueltas por la estancia para mantenerme despejado. Me asomo por la ventana; entre la penumbra puedo distinguir los columpios del parque; se balancean, pero no corre una gota de aire. Me asusta; pienso que me he dormido y ya empiezan. No, estoy despierto.
Me encuentro muy cansado, necesito dormir, pero si duermo puede ser que no despierte más.
Las luces de la habitación comienzan a parpadear y quedo completamente a oscuras; ni siquiera la luna ha salido en mi ayuda.
Suena un crujir de maderas; la luz resplandece un segundo y puedo ver algo reptando entre los muebles de la estancia.
Me he dormido; me veo a mi mismo a lo lejos; en un banco del parque, mientras los columpios siguen balanceándose suavemente.  Intento despertarme; me grito, levanto las manos al viento intentando llamar mi propia atención, pero continuo sentado en el banco; durmiendo.
De repente, aparezco sentado en uno de los columpios mientras se balancea frenéticamente, pero no hay nadie empujándole; el parque está completamente vacío.
Continúo durmiendo. Un aire gélido traspasa mi cuerpo, haciéndome temblar de frío. La luna aparece detrás de una nube; su color es rojo; de un rojo intenso. Rojo sangre.
Oigo un ruido detrás de mí y me vuelvo, pero no hay nada, solamente oscuridad que se va comiendo todo a su paso.
Vuelvo la vista hacia los columpios; no hay nada, ya no estoy allí; solo hay oscuridad. No tengo donde ir; no puedo escapar y de nada me valdría correr.
Quiero despertar; cierro los ojos esperando que al abrirlos todo desaparezca. Una gota de sudor frio recorre mi espina dorsal, mientras noto un aliento putrefacto en mi nuca.
Estoy paralizado, con los ojos aun cerrados. Sé que en el momento que los abra todo habrá acabado para mí.
Oigo el chirriar de los hierros de los columpios que se mueven acompasados; quiero abrir los ojos, oigo una voz susurrando en mi oído que lo haga que los abra. Es una voz familiar, demasiado familiar, pero no puede ser, es imposible. Abro los ojos.
¡No! ¡No puedo creerlo! Nunca pensé que acabaría así. No, nunca pude imaginar que mi final fuese de esta manera.
Estoy en el suelo de mi habitación, sobre un charco de sangre. Nadie puede ayudarme ya.
El espejo del armario está roto. Mientras exhalo mi último aliento miro mi reflejo en lo que queda de espejo, y él me devuelve la imagen de mi asesino, mientras los columpios siguen chirriando acompasadamente.  

3 comentarios:

  1. No, si ya lo digo, es que los espejos esconden muchos misterios y secretos.

    Besitos

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  2. Aina, cada día más loco, pero por vos jeje
    Un besazo

    Aumar bonito poema.
    Un abrazo.

    Elysa. los espejos nos devuelven nuestra realidad reflejada, aunque algunas veces está distorsionada.
    Un besazo mi niña.

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