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viernes, 5 de agosto de 2011

FUMETAMAN.

Dibujo realizado por Raúl A Q

Se colocó la capa, después el antifaz y se encendió otro cigarro de la risa. Ya estaba listo para salvar al mundo; solo le faltaba un nombre. Le gustaba spiderman, pero ya estaba cogido; quizá barman, por eso de haber sido camarero antes de conseguir sus súper poderes, pero la gente en lugar de pedirle ayuda le pediría una cerveza.
Echó un vistazo a su uniforme en el espejo. Llevaba unas mallas verdes que había robado del tendedero de su vecina, la tía buena del segundo, una camiseta de malla negra, una capa hecha de las cortinas del baño, un antifaz del cotillón de navidad de hacía dos años y unas zapatillas Converse all star azules a las que había puesto unas plataformas para parecer más alto. Más que un súper héroe parecía una drag queen.
Buscó en su armario algo mejor que ponerse. Encontró una camiseta verde con el dibujo de una hoja de marihuana dorada; le hacía juego con las mallas, pero ahora parecía un moco. ¡El súper moco! Pensó, pero era un nombre ridículo. Entonces recordó que su madre tenía un tinte para la ropa que usaba cuando quería cambiar alguna prenda de color.
Coció agua en una olla, metió la camiseta y el pantalón, echó un sobrecito que ponía “tinte negro”. Con una cuchara de madera que encontró en la cocina lo removió un buen rato y lo dejó enfriar.
Tras unos treinta minutos la sacó del agua y la tendió en su habitación dejando todo el suelo lleno de agua negra.
Mientras se secaba bajó al chino de enfrente de su casa y compró  un disfraz del Zorro, alegando que era para su sobrino, aunque hasta los chinos sabían que era hijo único y no tenía novia.
Después de dar una vuelta por el barrio subió a su casa. La ropa ya estaba seca. Se la probó. Aunque la ropa no se había teñido completamente, pues habían quedado pequeñas partes sin cubrir y la hoja de marihuana seguía manteniendo su color dorado, no le importó; de noche no se verían y solo pensaba actuar de noche. Se volvió a mirar en el espejo. Ahora sí que parecía un súper héroe.
Se colocó el antifaz del Zorro, le quedaba un poco pequeño, pero hacia su cometido; taparle la cara; después se puso la capa. Al atársela se dio cuenta que le apretaba en el cuello y le quedaba por encima de la cintura. Agarró un cordón de unas zapatillas viejas y lo empalmó con la cuerda de la capa. Ya podía respirar bien.
Se puso a hacer posturitas frente al espejo como un culturista. Aunque los músculos no eran algo que resaltasen en él, estaba más bien redondo.
Eran más de las diez de la noche y estaba oscuro; esperaría un par de horas y saldría a la calle a salvar el planeta.
Estaba nervioso; no paraba de dar vueltas por la habitación con la ropa aun puesta. Seguía sin encontrar su nombre y eso le desesperaba.
Su madre llamó a la puerta para que fuese a cenar, pero dijo que no cenaría, que no tenía apetito.
Dieron las doce en punto en el reloj de su mesilla. Era la hora de trabajar.
No podía salir por la puerta, porque su madre podría darse cuenta y él quería permanecer en el anonimato.
Saldría por la ventana y usaría el poder de aterrizar de pie, ya que volar no podía. Y no era porque no lo hubiese intentado, las costras de las rodillas certificaban que sí.
Recordó que tenía un arma como cualquier súper héroe que se precie. El capitán América tiene su escudo, Thor su martillo y él, un látigo de cuero de tres puntas que había comprado en una sex shop.  Se ató el látigo a forma de cinturón y se subió a la ventana; desde esta, hasta el suelo habría unos cinco metros; para él era como saltar un escalón.
Se subió a la ventana; se tiraría en plancha y terminaría haciendo un mortal para caer de pie. Saltó. Cuando  iba a comenzar a hacer el mortal se topó con el toldo del bar de abajo que se habían olvidado de recogerlo. Rebotó contra él y salió despedido cayendo al suelo de morros, pero gracias a su súper agilidad pudo poner antes las manos raspándoselas enteras. Pensó que para mañana se pondría los guantes de lana que tenía guardados en la mesilla.
Se levantó dando un salto y comenzó a andar por la acera.
Hacia frio, el aire soplaba de cara y le dificultaba andar, pero eso a un súper hombre como él no lo podía parar. El frio hacía que le doliesen más las manos. Cerró los ojos, subió las manos por encima de la cabeza con un movimiento Zen  y se las froto. El dolor casi había desaparecido.
Continuó andando; no había un alma a quien poder salvar; en la calle no había nadie. De repente oyó un grito y salió corriendo hacia allá.
Al llegar vio a un par de hombres robando a un matrimonio que tenían pinta de tener dinero. Se colocó detrás de ellos con los brazos en jarras. –Deteneos, malandrines –pensó que eso de malandrines no había quedado bien, pero ya estaba dicho.
Los dos ladrones se giraron hacia él. – ¿Quién coño eres tú, Fumetaman?
Le gustó el nombre y sonrió un instante. –Sí, soy Fumetaman y soy vuestra perdición.
El otro ladrón comenzó a reírse mientras se acercaba a él con una navaja en la mano. –Te voy a hacer un siete en tu bonito disfraz, capitán capullo.
Cuando el caco estaba a un metro de él miró hacia atrás para mirar a su compañero, momento en que aprovechó para darle una patada con su súper fuerza en los testículos.
Esperaba haberle levantado un par de metros del suelo, pero verle revolcándose en el suelo también le valía.
El otro chorizo llevaba en su mano derecha algo que brilló un momento; pensó que era otra navaja y se acercó hacia él. Cuando estaba llegando a su altura observó que lo que brillaba no era un cuchillo, si no una pistola.
El ladrón le apuntó a la cabeza. –No te muevas o te pego un tiro –no le preocupaba que le disparase, pues si así era pararía la bala incluso con los dientes.
Se acercó un par de pasos más.
–No te muevas, cabrón.
–No, no te muevas tú y tira el arma –dijo mirando al ratero a los ojos.
 Este con los nervios a flor de piel, apretó el gatillo. La bala rozó su brazo izquierdo.
Se dio cuenta que al igual que para súperman la Kriptonita era su punto débil, para Fumetaman era el plomo disparado por pistolas, pero eso no le impediría hacer su trabajo. Con un rápido movimiento desató el látigo y lanzó un latigazo contra el brazo del ladrón haciéndole tirar la pistola al suelo.
Se acerco a él con ira; el caco se asusto; comenzó a andar hacia atrás tropezando en un bordillo y dándose un golpe en la cabeza contra el paragolpes de un coche y quedando inconsciente.
No quería que acabase así, pero todo había acabado bien.
Se volvió para que el matrimonio le agradeciese lo que había hecho por ellos, pero ya habían desaparecido. Se sentó en el bordillo, al lado del delincuente, sacó un papel, un cigarro y una piedrecita y se hizo otro cigarro de la risa.

Hay un nuevo héroe en la ciudad; viste de negro con una hoja de marihuana en el pecho y dentro de la hoja una “F” pintada con rotulador; si necesitas ayuda; no lo dudes y llama a: “FUMETAMAN”.    


4 comentarios:

  1. ¡Jo, Raul! que este ya lo había leído, yo que estaba toda entusiasmada pensando que hoy había nuevas aventuras de Fumetaman. Bueno... igualmente me lo he pasado bien

    Besitos

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  2. Elysa, es que dentro de poco vendrá la segunda parte por eso lo he vuelto a colgar, para que no se te olvide jeje
    Un besazo princesa.

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  3. Que ingratitud la del matrimonio!,

    no lo dudo, cuando esté en problemas acudiré a Fumetaman,

    Me gustó el relato, voy a leer Returns. Gracias x compartir.

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  4. Juan gracias a ti por leerme.
    Un abrazo.

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